Suicidio: por qué y qué hacer
Un MILLÓN de personas se suicidan cada año. Hay una solución a este problema.
por Chaitanya Charan das
La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que más de un millón de personas se suicidan cada año. Esta cifra es más que el total de muertes anuales debidas a guerras y asesinatos combinados. La OMS llama a esta inquietante tendencia mundial - más gente muerta por ellos mismos que por otros - “un trágico problema de salud social”.
Los casos de suicidio ponen de relieve el gran desequilibrio de los valores materiales y espirituales en la sociedad contemporánea. Cuando las personas carecen de conocimiento espiritual, naturalmente viven con metas mundanas. Todo su sentido de identidad y autoestima proviene de la búsqueda y el logro de objetivos materialistas como la riqueza, el placer sensual, posesiones y posiciones. Esta definición de mente estrecha de éxito en términos de logros materiales se encuentra en la raíz del pensamiento suicida. ¿Por qué? Porque las personas que persiguen tales objetivos tarde o temprano se enfrentarán a una situación en la que no podrán obtener o temerán no lograr lo que anhelan. Y de manera similar, aquellos que poseen estas cosas se enfrentarán a situaciones en las que pierden o temen perder aquello por lo que viven. En tales situaciones, las personas se vuelven tan sin propósito que sienten que la vida no vale la pena vivirla. Y destruir la propia existencia de uno parece ser el único escape.
Por ejemplo, un estudiante que considera que obtener las mejores calificaciones es el único objetivo de su vida, se sentirá eufórico al convertirse en uno de los mejores. Pero es igualmente propenso a sentirse devastado si falla. Si piensa que las marcas son el principio y el fin de la vida, bien puede considerar su vida como un vergonzoso fracaso y decidir ponerle fin.
¿Cómo puede ayudar la espiritualidad en tal situación? El conocimiento espiritual de las Sagradas Escrituras nos ayuda a comprender nuestra identidad eterna como seres espirituales, amados hijos de Dios. Las prácticas espirituales como la oración, la meditación y el canto de los santos nombres nos ayudan a experimentar la realidad del amor de Dios por nosotros. Nuestra vida se vuelve motivada y dirigida por un propósito glorioso: usar todas nuestras habilidades y recursos al servicio de Dios y de todos Sus hijos, para así reavivar nuestro amor dormido por Dios y compartir ese tesoro de paz y gozo con todos los seres vivientes.
Nos fortalece la convicción de que incluso si todo sale mal y todos nos malinterpretan, una persona se preocupa por nosotros, nos comprende y permanece inquebrantable con nosotros en todo momento: Dios. Así como un niño inteligente ve el amor de la madre, no solo en su palmadita, sino también en su bofetada, la espiritualidad nos ayuda a ver el amor de Dios, no solo en tiempos de éxito, sino también en tiempos de fracaso. Vemos la vida en la perspectiva adecuada, no como una carrera de cien metros en busca de placeres fugaces, sino como una maratón de cien kilómetros en busca de la alegría eterna. Incluso en medio de los reveses, vemos que el camino hacia la gloria eterna todavía nos llama. Animados por la presencia protectora y tranquilizadora de Dios en nuestros corazones y vidas, marchamos con confianza a través de los altibajos de la vida.
La investigación sociológica confirma que cuanto más reza alguien a Dios o visita un templo, iglesia o sinagoga, o lee libros espirituales, es menos probable que se suicide. Y cuanto más abandone el lado espiritual de la vida, más probabilidades tendrá de cortarse las muñecas, poner un arma en la cabeza o acabar con su vida con un puñado de pastillas. Por lo tanto, esforcémonos por asimilar y difundir la sabiduría espiritual y así ayudar a las personas a llevar una vida equilibrada, significativa, pacífica y alegre.